Por Miguel Ángel Avilés Castro*
Si Pedro Infante no hubiera muerto todavía viviría. Y fuera un adulto mayor, muy mayor con la fama a cuestas pero menos idolatrado como lo es ahora y como tal parece que será por los siglos de los siglos.
Pedro Infante era todo un ídolo, sin embargo esa idolatría se elevó a la “n” a partir del ya lejano 15 de abril del 57 cuando el avión en el que volaba cayó en tierras yucatecas.
Si Pedro Infante no hubiera muerto quizás apareciera hoy en telenovelas del canal de las estrellas protagonizando un papel secundario como llegó a sucederle en su ocaso a Luís Aguilar, su amigo-enemigo, en A toda Máquina o anduviera haciéndola de patiño de Fernando Colunga o Jaime Camíl o Sebastián Rulli o lo llevarían empujando hasta el foro del programa Desmadrugados para que el sesudo de Israel Jaitovich ganara harto rainting con su presencia o lo miraríamos a diario en la pantalla chica anunciando muebles o lo que ustedes quieran como llegamos a ver por algún tiempo al grandote de Antonio Badú.
Pero murió y en el imaginario colectivo ocurrió lo que los estudiosos de la psicología dan en llamar el síndrome de la erosión. Se quedó en el olvido cualquier rasgo de maldad o de ser humano falible, emergió todo lo bueno, lo admirable, lo grandioso y el sinaloense pasó a ser lo que es ahora: una leyenda.
Tengo una amiga (iba a decir una hermana, pero me chingan) que se casó con Elcabronqueustedesquieran y es feliz, pero hasta la fecha sigue suspirando por Pedro Infante. No se pierde ninguna de sus películas, chifla y toda la cosa con amorcito corazón y en las noches de placer con su esposo (iba a decir mi cuñado, pero me chingan) quiere que este le diga mi chorreada y la apriete con tremendos brazos que Cállatelaboca como los tenía el eterno idolatrado.
Si Pedro Infante no hubiera muerto todavía viviría, y anduviera entre nosotros viendo y volviendo a ver, con cansada vista, sus propias películas. Y lo llevarían del brazo a obligados homenajes o al velorio de un contemporáneo suyo. Tal vez, quizás, no se, lamentaría la muerte de la Doña, del Piporro, de Gabriel Figueroa, de don Manuel Esperón, por citar algunos difuntitos nomás.
Si Pedro Infante no hubiera muerto todavía viviría. Y su voz se escucharía fatigada de vez en cuando, por allí, en la tele, en la radio, en Nosedonde: pasaste a mi lado/ con gran indiferencia/ tus ojos ni siquiera/ voltearon hacia mi/ te vi sin que me vieras/ te hablé sin que me oyeras/ y toda mi amargura/ se ahogó dentro de mi.
Si Pedro Infante no hubiera muerto quien quite y anduviera de gira a ratos, o Sabedios dónde lo traería la ANDA relegado o sabrá el carajo que empresario se animaría a contratarlo.
Sí Pedro Infante no hubiera muerto, que quedaría de aquel hijo respetuoso, amigo incondicional, pícaro, amante romántico, hombre de palabra como el que representó en casi todos sus papeles.
Si Pedro Infante no hubiera muerto todavía viviría pero ya anduviera en esas, acogido por un Parkinson, una diabetes, un soplo, una artritis, una tosecita rara, por más deportista que haya sido.
Si Pedro infante no hubiera muerto, a lo mejor, Diosguardelahora, un candidato a elección popular de los que nunca faltan, lo cargaría del tingo al tango, de aquí para allá, chupándole su última sangrita.
Si Pedro Infante no hubiera muerto todavía viviría pero mi hermana, perdón, mi amiga, no se si sería feliz o si seguiría suspirando Reteharto con todas sus películas.
*Abogado Y Premio Del Libro Sonorense.