PARA LA LOCA CHAYO
Cuando existían personajes excéntricos, fantásticos, inigualables como El Chutino, que siempre andaba con la pata pelada; El Poco Locuaz, que lo encontraron muerto a la orilla de una playa; El Ramoncito, que te pedía un peso a cambio de enseñarte los güevitos; El Juanón, que andaba con la barba crecida y lucía siempre un sombrero que olía a palma seca; El Ruperto y La Pimienta, una pareja matrimoniada por la desventura, el alcohol y el tiempo. Y qué decir de Panchito el Loco, que comía en la primera casa que encontrara; El Conono, que según falleció en la plancha del quirófano, después de una torpeza de los doctores al tratarle de quitar lo gangoso; La Mariana, que se pintaba una cruz en la frente con pintura de los labios; El Tatabe, de cuello largo como probeta que todavía anda por ahí. Todos juntos en la ciudad de ellos; todo ellos en la ciudad bien juntos: era su vida de la que nos reíamos, como riéndonos de nosotros mismos. Quién sabe si se darían cuenta. Y es que la locura nomás la conocen los que están así. A lo mejor eran ellos los que se reían por dentro y nos veían como gente rara. Ni modo de preguntarles esas interrogantes ahora, si ya todos se murieron; y si queda uno por ahí, ya ni es tan famoso, porque cuando la ciudad crece con los años, todo cambia, y esos locos ya fueron sustituidos por otros nuevos, porque la locura siempre existirá, ya sea de nacencia o porque algo les suceda de chiquito. La ciudad será su matria, los cuidará como bebés hasta que mueran, porque valen lo que pesan, y van poniendo la distinción de esa ciudad en cada calle, en cada chifladura, en cada risa ajena, punzante y despiadada. Los verás correr, decir de cosas, hablar con el Sol y con la Luna, disparatar en presencia de un gentío, parar un carro con su cuerpo en pleno tráfico. Ni modo de decirles que se vayan. Por qué habríamos de hacerlo: si después de todo para qué queremos tanta lucidez.
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Del libro Estar y No. Juegos de La Memoria. Miguel Ángel Avilés . 2014. ISC.