Miguel A. Aviles

Columna invitada

Mi gusto es… (O la otra mirada) | Zapata frágil

Algunos opinan que el arte debe apreciarse o juzgarse a partir de criterios estéticos más que ideológicos. Si esto es cierto entonces en una pintura, lo que debe apreciarse para considerar que es buena, es el dominio de la técnica, lo cual puede incluir la composición, la perspectiva, la proporción, la definición de la línea y la maestría en el uso del color.

Un artista pues, requiere mostrar oficio más que improvisación y mera ocurrencia. Sin embargo, hay quienes piensan que el arte contemporáneo ha demostrado que ya no existe un gran interés por la técnica y este hecho ha dado lugar a que los espectadores de hoy consideren que ciertos artistas en la actualidad han olvidado el buen dibujo y el dominio de lo cromático.

En el caso de la pintura “La Revolución” de Fabián Chaidez que se encuentra expuesta en Bellas Artes y que muestra a Emiliano Zapata feminizado, pudieron ser estos al menos, los elementos a tomar en cuenta para ejercer la crítica con respecto a ella, antes que montar en cólera por travestir al Caudillo del Sur en la forma que ya todos sabemos.

Algunas reacciones de inconformidad por esa pintura manifiestan que con ello se ofende al caudillo, a su intimidad, a su vida y su legado. Otras se ofenden porque aseguran que se le pasó la mano y agrede a la historia nacional, pero, además, como lo expresaron sus descendientes, denigró al icono revolucionario al pintarlo con zapatillas y sombrero rosa.

En tanto que no vaya de por medio la violencia, uno puede entender todas estas expresiones. No obstante, llama la atención que es, particularmente, esta pintura y este Zapata el que anda en boca de todos, principalmente de aquellos y aquellos que esta imagen los agrede o los agravia tal como agrede y agravia la memoria del gran Emiliano que amaba a los pobres y quiso darles libertad.

Porque resulta que, en la propia Ciudad de México, en la estación del Metro Zapata, en la Línea 12 del Metro, existe el que consideran el “más grande espacio dedicado a la caricatura”, que tiene una zona dedicada a Emiliano Zapata y ahí se encuentran 31 obras entre las que sobresalen autores como Iracheta, Trizas, Rocko, Tafolla, Román, y Rocha, entre otros, que presentan, a su manera, la imagen de Zapata.

En este lugar usted podrá ver a Zapata versión Che Guevara, Zapata con largos bigotes como el Villano Reventón, Zapata con unas notorias ojeras que más bien parece Juan Ferrara o mi paisano Manuel Ojeda, Zapata junto a dos personajes caricaturizados que no saben qué dice la manta que sostienen (La tierra es de quien la trabaja”) porque no saben leer, Zapata con unas botas como del doce, Zapata quien parece un miembro de Los Locos Adams , Zapata en un caballo tan espantoso como el que pintó Fabián, Zapata en una silla que puede ser la presidencial, y así. Es decir, Zapata cuya imagen real-institucional-personal también está alterada, tergiversada, falseada y con respecto a las cuales nadie, que yo sepa, mucho menos sus nietos, ha ido a ese lugar muy ofendido, echando mano a sus fierros, como queriendo pelear.

Por eso creo que, en buena parte de quienes se alzaron contra el pintor, no hay una ofensa porque se atentó contra el revolucionario y su legado en sí ni tampoco por todo su significado que tiene históricamente en el pueblo mexicano; tampoco por la falta de composición, de perspectiva, de proporción, el lineado o la impericia en el uso del color. Más bien pienso que lo que vimos y seguimos viendo allá afuerita de Bellas Artes, en los cafés, en los pasillos, es una “encubierta” reacción homofóbica, incluyendo a los nietos del general o por quienes mueven su cabeza en señala de desaprobación porque según se ofende al caudillo o al país, o a una historia que no hacen por aprenderla más que presumirla aunque no la conozcamos del todo.

Ahí radica todo. Porque en realidad no los mueve la alteración de la imagen real en sí, los mueve y los “ofende” porque lo representan como gay , como no gallardo y masculino, o como al observador de esa pintura le signifique ese lenguaje corporal y las zapatillas, no como el personaje que la tradición registra y que le tranquiliza sus miedos de no ser representado por un hombre al que según admiran, sí y es válido pero en el fondo puede ser también el apetito erótico por ese macho que salen a defender como si fuera intocable y a la vez un estereotipo que su masculinidad frágil, esa que subyace, según dicen los que saben, en todo homofóbico.

Eso es toda su aparente indignación. Si lo pintan con la playera del Barcelona o con una imagen bíblica al pecho o calvo o con un chipote chillón en la mano o de pitufo o de Capitán América o de mariachi o con el cuerpo de Jorge Rivero en sus más atléticas épocas, como se han alterado otras figuras públicas, nada se diría y esto le pasa desapercibido o lo festejan.

Lo dijimos arriba: el arte debe apreciarse o juzgarse con criterios estéticos más que con dogmas políticos o ideológicos y al respecto, a mí, la pintura me parece intrascendente, por no decir muy fea y, ante esa escasez artística que no satisface las exigencias ya aludidas y ante la falta de un talento llevada a la obra para que esta sea la que hable por sí misma, el autor pretende suplirlo con un “desafío” provocador y muy redituable.

Miguel A. Aviles.

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